Imagina lograr experimentar un orgasmo con tan solo oprimir un botón. Pues está posibilidad puede ser una realidad gracias a un implante conectado a la columna vertebral bautizado como Orgasmatrón, el cual cuenta con más de 10 años de investigación y que podría ser usado para tratar a hombres y mujeres con disfunciones sexuales..
Su nombre hace referencia a la película “Sleeper” de 1973, del director y actor estadounidense, Woody Allen donde planteó la existencia de una máquina para generar orgasmos con sólo apretar un botón, llamada “orgasmatrón”.
La investigación es desarrollada por un grupo de científicos estadounidenses y canadienses liderados por el cirujano Stuart Meloy, cofundador de Advanced Interventional Pain Management, una clínica que trata a pacientes con dolores crónicos.
Fue allí donde Meloy comenzó a trabajar con implantes electrónicos que conectados a los nervios de la columna vertebral envían leves pulsos para aliviar el dolor crónico.
En una oportunidad, luego de recibir el implante, una de sus pacientes dijo haber tenido un extraño efecto secundario al recibir intensas sensaciones de placer.“Yo estaba colocando los electrodos y de pronto la mujer comenzó a exclamar enfáticamente, le pregunté qué pasaba y me dijo: vas a tener que enseñarle a mi marido a hacer eso”, comento Meloy.
El invento, consiste en insertar electrodos en la médula espinal del paciente a través de una operación quirúrgica el cual emite descargas eléctricas ordenadas desde un dispositivo remoto.
“Durante la operación, el paciente permanecería consciente de modo que el cirujano pueda identificar correctamente los nervios adecuados para adaptarse a los electrodos en la médula espinal. ”Es tan invasiva como un marcapasos, así que por ahora esto es sólo para casos extremos”, explicó Meloy.
En sus inicio este dispositivo se estancó ya que para su para la comercialización y producción se necesitaba aproximadamente de unos $25.000 dólares. Aunque ahora Meloy confía en que el Orgasmatrón podría funcionar con materiales accesibles y una fuente de energía mucho más pequeña, la suficiente para soportar una hora diaria de uso.
Desafortunadamente, no existe una alternativa apropiada y él no ha logrado convencer a algún laboratorio médico de que diseñe una. También está el problema de quién pagaría por semejante implante. “Las compañías de seguros no costearían algo experimental o en fase de investigación”, explicó Meloy.
Además para que la Agencia de Control de Alimentos y Medicamentos (FDA) apruebe el dispositivo, Meloy debe realizar una prueba clínica. Y dicha prueba cuesta unos 6 millones de dólares. “Dinero del cual no dispongo ahora mismo”, agrego.
Referencia: New Scientist, Unocero
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